martes, 9 de enero de 2018

"Tres Reyes Raros"


ACUATEXTO, de Francisco Ballester Monfort. Va unido al cuento "Tres Reyes Raros"

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Este blog, conforme a la idea de carencias en recursos que acosa al Uni Verso, es un lugar de reciclaje que rinde culto al ínclito Escarpa (fatiga de materiales), y su único propósito es evitar el despilfarro de residuos contaminantes, aunque a veces contribuya a ello.
En esta edición, una cara amiga me ha enviado un cuento recuperado de las profundidades de Internet. Dice que aún toma sedantes para calmar su ansiedad, por el destrozo que ese cuento le causaba a la noble lengua de Cervantes.
Dado mi escaso criterio, pero siguiendo su petición (y la del autor), lo reproduzco aquí después de haber pasado por el taller de reparaciones en el que la susodicha amiga (de nombre candelay.), lo introdujo para su… eso.
Personalmente, “Tres Reyes Raros” es un cuento hermoso, digno, acorde con estos tiempos del calendario. Juzgue el lector, si gusta. Y compare…
- Otro: puede facilitarse en pdf a petición.
- Otrosí: hay un libro, “ortografía de la lengua española”, editado por la RAE, (está en la red) muy útil para tenerlo a mano en el escritorio…

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AUTORRETRATO ACTUAL


Soy la mujer que se va haciendo grande
entre arrugas y ojeras
entre rimel de tapar y carmín.

Tengo las piernas con bastantes pelos
y ningunas ganas de depilarme.
Quizás cuando llegue el nuevo verano...

Visto de blanco o negro,
no entiendo de colores intermedios
ni de acuerdos, aunque parezcan rosas.

Mis alumnos me hacen llorar a veces
pero nadie me ve porque me escondo
entre un libro de cuentos y una jaula.

Podría considerarme dichosa
si me hubieran enseñado a vivir
sola. Las semanas no se reparten.

Mis amigos viven bastante lejos
y cuando los veo dicen que miento
si estoy triste. Hay tantos cuartos secretos...

Cada vez voy leyendo más deprisa
y cuando pase algún tiempo y sea vieja
me libraré, por fin, de mis deseos.


De Marisol Huerta
(Puedo empezar así, 2009)
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QUIERO


Quiero juntar palabras; que cubran el camino
como las amapolas salpican los bancales;
que bajo la hojarasca se tiñan de deseo;
que cambien la tristeza por trinos madrigales.

Quiero que mis palabras bajo las hojas muertas
canten en el paseo; como los cereales
mecidos por la brisa sensual de la rivera,
al cálido reflejo de tardes estivales.

Quiero que tus palabras, mecidas en la sombra
del sendero cubierto por mis trazos vocales,
despierten la semilla del grito y del silencio,
cuando las hojas pises con pasos fraternales.

Quiero que las palabras, mezcladas con la tierra,
compartan el susurro de los cañaverales;
que jueguen con el agua; que dancen con el mirlo;
que sientan las pasiones de versos inmortales.


De “variaciones sobre el ocaso” 2005
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"LOS TRES REYES RAROS
de Francisco Ballester Monfort
(Este cuento va unido al acuatexto)

Hoy es 6 de enero, y son las primeras horas de la tarde del día de reyes. El comienzo de la década de los 60 de este siglo está siendo frío y lluvioso. El país, muy pobre, aun arrastra el peso de la posguerra, y el viejo edificio convento-orfanato apenas se ve entre la niebla, salvo por la luz de la ventana del despacho de la dirección.
-¡Pase!, dice la Madre superiora con voz destemplada. Está claro que está molesta o enfadada por algún motivo, aunque su autoridad la obliga a controlarse... La figura que aparece por el dintel de la puerta se tiene que agachar para entrar. Parece de otro mundo; es un varón de casi dos metros de estatura, extremadamente huesudo y delgado, con una larga barba de un sucio pelirrojo natural, y el rostro arrugado y lleno de pecas. Va disfrazado de lo que querría ser el Rey Gaspar, envuelto en una cortina vieja de lo que fue brocado granate un día. Una peluca naranja, hecha con tiras de trapo del piso, se ajusta a su largo cráneo mediante el ceñidor de la cortina, y cae de un modo cómico sobre sus enclenques hombros.
Con una voz atiplada, casi de mujer, aquel extraño ser dice en un castellano con fuerte acento germánico:
-¿Me ha hecho llaamarr Maadrre...?
-Sí, sí; pase y siéntese, Dieter...
Sor Aldrina, inclinándose levemente a su derecha, le dice en voz baja a Don Blas, comisario de policía:
-Dieter es austriaco; tiene la enfermedad de Marfán: trabajaba de contorsionista en el circo hasta que, cuando pasó por la ciudad, cayó enfermo del corazón. Lo recogimos en el hospicio en su convalecencia: no tenía donde ir... ni familia ni… nadie... Luego se quedó con nosotros. Es un poco extraño, pero es muy bueno con la contabilidad, y muy hábil con las reparaciones en el mantenimiento de nuestra casa. ¡No sé lo que haríamos sin él…!
El comisario, que, sin dejar de mirar al frente, se ha inclinado hacia la monja para oír su cuchicheo, asiente con un gruñido. Lleva un traje arrugado de rayas oscuras con solapas enormes, camisa blanca con las formas del cuello zurcidas, la corbata floja. Completa su estampa un bigote fino, el pelo engominado, una punta de "Celtas" apagada en la boca, y un terrible olor a tabaco y a humanidad descuidada.
-Y… ¿esa...?, -dice Don Blas con voz aguardentosa, señalando con la barbilla a la figura de la izquierda, que permanece muy quieta y callada en un enorme sillón castellano, de madera oscura y torneada, situado frente a la aparatosa mesa del despacho.
Es una mujer de tez oscura y arrugada que, maquillada con betún, parece de raza negra. Es minúscula, no enana, pero sí muy bajita y delgada; e, incluso sentada, le cuelgan los pies a un palmo del suelo. Está disfrazada de Rey Baltasar con unas toallas verdes a modo de turbante, y unas plumas de colores de origen incierto. En realidad, parece una de esas pequeñas vírgenes negras del románico.
Mientras espera una respuesta, el comisario la escruta detenidamente frunciendo el ceño bajo el ala ancha del sombrero pardo, que se ha dejado puesto desconsideradamente; luego mira a la superiora.
-Esa es Zulema, de origen marroquí -dice Sor Aldrina-. Cocina en el orfanato. Es sordomuda, pero muy lista y dispuesta; y, a pesar de su defecto, cocina como los propios ángeles; sobre todo si tenemos en cuenta el estrecho presupuesto del que dispone... Lleva toda la vida con nosotros. Su madre, quinta esposa de un soldado de la guardia mora de Franco, la abandonó aquí al acabar la guerra, cuando se dio cuenta de que no era normal.
Un vozarrón de bajo de ópera anuncia una presencia.
-¿¡Se puede, Madre!?
Se trata de un hombretón moreno, hirsuto, ancho, grueso, terriblemente musculoso, que parece vestir de Rey Melchor. Lleva una enorme corona, recortada en cartón dorado; una barba blanca hecha con un trozo de piel de cordero, y una piel de zorro de un abrigo viejo. Completa el cuadro un albornoz de un grisáceo indefinido, probablemente debido a la suciedad.
-Pase Vd., Ambrosio; ¡bueno!, ¡ya estamos todos! Ambrosio fue boxeador –apunta al comisario-; vivió del pugilismo profesional hasta que una lesión ocular le privó de su medio de vida, y recaló por necesidad con nosotras. Aquí hace de celador, corta leña... y los trabajos que requieren de su enorme fuerza, de la que los demás carecemos. ¡Bueno, comisario!, ya tiene aquí a los tres.
-¿Supongo que los tres saben por qué estoy aquí? –les dice el policía. En silencio, los tres reyes miran al suelo. -Creo también que no se os escapa que he venido a deteneros, a llevaros a comisaría, y luego al talego, -continúa. Los tres reyes se mueven inquietos en sus asientos. –Y ¿sabéis por qué, verdad? ¿No tengo que deciros que robar, aunque se trate de juguetes, es un delito grave, merecedor de castigo, de prisión? Pero ¿cómo se os ocurre esa barbaridad?, ¿Es que sois gilipollas?, ¿estáis tontos?, ¡no!, no me contestéis, no es una pregunta: ¡es una afirmación! ¡Sois gilipollas, y además idiotas! Pero, ¡joder!, ¿a quién de vosotros se le ocurrió este delirio?, sin experiencia, sin planear, sin pensar… ¡Hala!, a romper la puerta de los almacenes de juguetería la noche de fin de año, que está todo el mundo en la calle. ¡Hala!, a cargar la furgona del convento de juguetes, y... ¡Hala!, a irse de copas luego, ¡como para pasar desapercibidos!, con esa discreta pinta que os delata. ¡Ah!, y solo por sesenta putos juguetes baratos, armáis un escándalo de cojones, ¡venga, a reír, y a gritar, y al cachondeo…, y atrás dejáis revueltas mil quinientas cajas de juguetes en el almacén... ¡Ea!, !vamos, hablar! ¡Confesar!, ¡decir algo, o me lío a hostias con los tres!
Ambrosio, el ex boxeador, haciendo de tripas corazón, habla por los tres, con voz resignada y conciliadora:
-Mire, comisario…: no… recordamos a quién se le ocurrió…; estábamos en la cocina, después de cenar, y pillamos un pedo del siete con un par de botellas de anís del mono, que nos dieron en una rifa... y a alguien…, no sé a quién, se le ocurrió que este año, que ha sido tan duro, por una vez en su vida, esos desdichados del orfanato se merecían un juguete; y a los tres nos pareció una buena idea… inspirada por el Altísimo... -La superiora lo interrumpe:
-Entonces, ¿esos juguetes no habían sido de un donante anónimo, como me dijo usted, Dieter?
-¡Claarrro Maadrrre! ¡Qué le iba yo a decirrr...! ¿Que robar fue una idea de Dios?
-¡Qué majadería!, -retoma la Superiora-; y ahora, si os encierran, ¿cómo me apaño con todos estos niños?, -gruña consternada.
Ambrosio, con gestos de calma, habla de nuevo:
-La verdad, comisario, es que no estamos arrepentidos. Asumimos las consecuencias de nuestros actos, pero... déjenos repartir los juguetes que, a estas horas, ya no se pueden devolver. Y los niños no tienen la culpa de nada. Luego, luego... nos iremos con Vd., y confesaremos; voluntariamente...

Los cinco bajan al Refectorio. Allí, los tres estrambóticos reyes han dispuesto una tarima con tres sillas, en las que se sientan, rodeados de regalos. Los niños, en fila, comienzan a pasar de uno en uno recogiendo su paquete, con una alegría serena. Extrañamente, permanecen en silencio, sin griterío, como si fueran a comulgar. En sus caras hay una rara expresión... No es solo de alegría; es como... mística; solemne; incrédula... Para ellos, aquello es la prueba de que Dios existe, y de que, a veces, y solo a veces, se ocupa de ellos.

El Comisario, desde la sombra de un rincón, se da la vuelta; borra de un manotazo una lágrima rebelde, y, sigilosamente, comienza a subir la escalera hacia la calle. Por primera vez en su vida dejará escapar a unos delincuentes... para eso están las excepciones... para confirmar las reglas, masculla pensativo; y se pierde, caminando en la niebla de la fría y húmeda noche.

FIN

Acuatexto: obra de pintoescritura inseparable que se compone de una acuarela propia y un texto inspirado en ella.
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