martes, 14 de mayo de 2019

ESTAMPAS DE GETAFE


Genio y figura
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lágrima viva
mi corazón solloza
por tu vacío

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NO OS CONFUNDÁIS

Y cuando ya no quede nada
tendré siempre el recuerdo
de lo que no se cumplió nunca.
Cuando me miren con áspera piedad
yo siempre tendré
lo que la vida no pudo ofrecerme.
Creedme:
todo lo que pensáis que fue destrozo y pérdida
no ha sido más que conjetura.

Y cuando ya no quede nada
siempre tendré lo que me fue negado.
No os confundáis: con lo que nunca tuve
puedo llenar el mundo palmo a palmo.
Tanto miedo tenéis que no habéis advertido
la riqueza que se oculta en la pérdida.

Desdichados,
poca ganancia es la vuestra
si nunca habéis perdido nada.
Yo sí he perdido:
yo tengo, como el náufrago,
toda la tierra esperándome.

Paca Aguirre
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LA FEA

El teatro deslumbra en una esquina.
Llueve, y una limosna lisonjea
una muchacha pobre, sucia, fea
al rebufo de gente y marquesina.

En la rama conviven flor y espina
y el altivo rehuye tal ralea:
sus ojos pone allá donde no vea
la congoja llorona y anodina.

Es tan aguda, consumada actora,
que repite su súplica cantora
con el tono y el gesto de un guión,

y la duda me asalta a la salida
al verla tan lozana y decidida:
¿Quién ha logrado la mejor función?

Medito la cuestión,
una vez más observo su contrato,
me voy ante la fea, y me retrato.
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CATARATAS 5

Un eco de murmullos en la ciudad silente.
Inicio de jornada con nubes que la empañan.
Gotas efervescentes de una llovizna extraña.
Tráfago de la calle; el paso de la gente.

Vital el movimiento monótono y urente.
Sumar cada segundo con aspereza y saña.
Un rezumar de surco de herida de guadaña…
Las prisas siempre fallan para lo lentamente.

Alerta de sucesos confunden los sentidos,
reflejo de los cuerpos en bultos definidos
que atrapan ilusiones en la dicotomía…

Reconocer lo inútil de avivar el proceso.
Desechar convicciones de marioneta o preso,
cuando cada mañana se aprecia mejoría.

Pb/2019
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NI DE MARTE NI DE VENUS: EL CEREBRO ES UNISEX
La ciencia refuta el machismo: no tiene base biológica.

¿Quiénes dirían que en general tienen más empatía, los hombres o las mujeres? ¿Quiénes creen que son más competitivos? ¿Quiénes suelen tener más facilidad para hacer varias cosas a la vez? ¿Quiénes tienen más propensión a la promiscuidad?
Y, ahora, la pregunta realmente importante: si han contestado “los hombres” o “las mujeres” a cualquiera de las preguntas anteriores, ¿dirían que las diferencias son innatas o que se deben a la educación que reciben niños y niñas desde la infancia?

Si creen que las diferencias son innatas, no son los únicos. Numerosos estudios han registrado diferencias anatómicas entre cerebros masculinos y femeninos. A partir de estas diferencias anatómicas se han intentado explicar las diferencias de aptitudes y comportamientos observadas entre hombres y mujeres.
Este tipo de estudios han proliferado desde los años 90 gracias a las imágenes de la resonancia magnética funcional, que permiten ver qué regiones del cerebro se activan cuando una persona realiza una tarea. Y han alimentado un sinfín de libros y artículos de divulgación que, como El cerebro femenino de Louann Brizendine, traducido a más de veinte idiomas, argumentan que los cerebros de hombres y mujeres son efectivamente diferentes, sobre todo por los efectos de la testosterona durante el desarrollo.
El problema es que los estudios sobre presuntas diferencias cerebrales entre hombres y mujeres se basan en muestras pequeñas, metodologías inconsistentes y análisis estadísticos deficientes, según revela Gina Rippon, neurocientífica de la Universidad Aston de Birminghan (Reino Unido), en su nuevo libro, The Gendered Brain.
Tomen el ejemplo de la investigación de la Universidad de California en Irvine que concluyó en 2005 que los hombres tienen más materia gris y las mujeres más materia blanca en el cerebro. Ostentosamente titulado La neuroanatomía de la inteligencia general: el sexo importa, los resultados de aquel estudio publicado en Neuroimage se han utilizado para explicar el talento masculino para las matemáticas y el talento femenino para la multitarea.
Sin embargo, Rippon recuerda que el estudio se basó en una muestra de sólo 21 hombres y 27 mujeres, que no comparó el volumen de los cerebros entre los dos grupos y que, si las conclusiones fueran ciertas, el cerebro femenino debería ser un 50% mayor de lo que es en realidad.
Otro ejemplo: una investigación de la Universidad Yale concluyó en 1995 que el cerebro femenino y el masculino procesan el lenguaje de manera diferente. Aunque se basaba en una muestra de sólo 19 hombres y 19 mujeres, la investigación se publicó en Nature y reforzó la idea preconcebida de que el género influye en las aptitudes lingüísticas. Trece años después, un metaanálisis que revisó todos los datos publicados sobre la cuestión demostró que la conclusión de los investigadores de Yale era incorrecta.
¿Y la promiscuidad?
La popular idea de que los hombres están programados para tener cuantas más parejas mejor, mientras que las mujeres buscan una pareja estable que se comprometa en el cuidado de los hijos, se deriva de un estudio del genetista británico Angus Bateman realizado con... ¡moscas! Los resultados de aquel estudio, publicado en 1948, se dieron por buenos durante 65 años y alimentaron una abundante literatura que perpetuó la idea de los hombres como copuladores oportunistas y de las mujeres como guardianas de las esencias del hogar.
La idea de que hombres y mujeres tienen aptitudes y actitudes diferentes porque sus cerebros son distintos es errónea y contraproducente”
Pero, cuando se intentaron repetir los experimentos de Bateman en 2012 y 2013, los resultados obtenidos fueron diferentes. Y, cuando se revisaron sus resultados originales, se descubrió que sólo había presentado los datos favorables a sus conclusiones y había desechado los contrarios. Un reanálisis del conjunto de sus datos reveló que, si hubiera hecho bien su investigación, no hubiera encontrado una dicotomía entre machos promiscuos y hembras fieles.
Esta dicotomía no se da ni en moscas ni en personas, donde los estudios sobre conductas sexuales revelan que tanto hombres como mujeres pueden sentirse a gusto en relaciones monógamas y que pueden tener por igual relaciones esporádicas. Pero la tesis de Bateman, que parecía legitimar la infidelidad masculina y deslegitimar la femenina, ya había cuajado, ataviada con un aura de respetabilidad científica.
Errónea porque “las diferencias anatómicas entre cerebros masculinos y femeninos son mínimas y, además, no son de categoría sino de grado”, señala Dierssen. En esta misma línea, Lise Eliot, neurocientífica de la Universidad Rosalind Franklin de North Chicago (EE.UU.), ha argumentado en la revista Nature que “no hay más diferencias de género en el cerebro que en los riñones, el hígado o el corazón”.
Patrones de comportamiento
Los estereotipos inculcados desde la infancia explican las diferencias de comportamiento más comunes entre hombres y mujeres
Y la idea es contraproducente porque, “si los sexos son esencialmente diferentes, entonces la igualdad de oportunidades nunca conducirá a la igualdad de resultados”, argumenta Cordelia Fine, de la Universidad de Melbourne (Australia), en su reciente libro Testoterona Rex.
Todo lo contrario: las presuntas diferencias anatómicas entre hombres y mujeres emergen como argumento perfecto para legitimar la desigualdad. Con el agravante de que pocos ciudadanos tienen la formación necesaria para cuestionar mensajes ideológicos que se les presentan como verdades científicas. Ya saben, “no es machismo, es el hipotálamo”. De ahí que Cordelia Fine acuñara el término neurosexismo para desenmascarar ideas sexistas basadas en datos erróneos sobre presuntas diferencias cerebrales entre hombres y mujeres.
Nada menos que la patronal CEOE ha caído en la trampa del neurosexismo al argumentar, en su reciente informe Análisis de la brecha salarial de género en España, que una de las causas de las diferencias de sueldos es que las mujeres son menos competitivas, asumen menos riesgos y negocian peor. “Este tipo de afirmaciones son indignantes. No tienen ninguna base científica y perpetúan un modelo de desigualdad”, denuncia Dierssen.
Los investigadores e investigadoras que combaten el neurosexismo no niegan que haya diferencias entre hombres y mujeres. “Por supuesto que las hay”, declara Gina Rippon, la autora de The Gendered Brain, en una reciente entrevista en The Guardian. “Anatómicamente hombres y mujeres son diferentes. El cerebro es un órgano biológico. El sexo es un factor biológico. Pero no es el único factor. Interactúa con muchas variables”.
Ahora bien, si el sexo no es determinante, ¿cómo explicar entonces las muchas diferencias de comportamiento que se observan entre la población masculina y la femenina? ¿Cómo explicar, por ejemplo, que a las niñas les guste jugar a muñecas o a maquillarse desde pequeñas y que a los niños les gusten los videojuegos de acción, y si puede ser matando enemigos mejor? ¿O que la mayoría del alumnado de enfermería sean mujeres y la mayoría del de ingenierías sean hombres? ¿O cómo explicar, señores de la CEOE, que haya tan pocas mujeres en puestos de alta dirección?
Por la plasticidad cerebral, contesta Rippon. Porque el cerebro es extremadamente maleable, se desarrolla de acuerdo con las experiencias que tiene una persona a lo largo de la vida, especialmente en la infancia, interioriza los estereotipos y actúa en consecuencia.
Estereotipos como la idea extendida –que ahora se sabe que es errónea- de que los chicos están más dotados para las matemáticas y las ingenierías. O de que los genios son hombres –prueben a encontrar una mujer que sea reconocida como una genio; más probablemente será considerada una gran trabajadora con talento-. O que la expresión “un hombre ambicioso” tiene una connotación más positiva que “una mujer ambiciosa”.
“Los estereotipos se crean desde la infancia y alimentan las ideas de lo que es aceptable y qué no lo es”, señala Mara Dierssen. “A los seis años, las niñas y niños ya tienen estereotipos consolidados”. Para romper estos estereotipos, que influirán más tarde en la imagen que las personas tienen de sí mismas, en las decisiones que tomarán y en algunos casos en su bienestar psicológico, “tenemos que acabar con los prejuicios sexistas basados en ideas presuntamente científicas que no tienen fundamento”.

JOSEP CORBELLA
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ESTAMPAS DE GETAFE

Acabo de cruzarme con el bronce de un cartero antiguo, y es antiguo el mundo que me recuerda esa puerta, en la calle Toledo, que empujo casi sin darme cuenta. El interior me trae a la memoria el sabor de las películas de vaqueros en el oeste de la infancia, de pioneros…; y me sumerjo en ese espacio abarrotado de artículos en venta; avanzo por un pasillo amenazante, acotado por variopintos, insospechados y multitudinarios utensilios domésticos en insidioso acoso al cliente, como piezas de tela que en el arca se venden… Quien entra en esta cacharrería busca lo que no encontró en otras tiendas…
Embozado al fondo hay un mostrador de nobleza histórica reconocida, y un rancio aroma de honrado y dedicado comerciante; y me pongo a la cola. Un dependiente escucha. Se pierde en la trastienda. Regresa con el artículo solicitado.
En un rincón, a la derecha, sentados a una mesa camilla, un hombre de mediana edad responde respetuoso a un viejo, cotejando asientos de un libro contable…
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