martes, 11 de junio de 2019

EL NIÑO AL QUE SE LE MURIÓ EL AMIGO


atacando la canal. a la izquierda, la de los guías
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cuando me vaya
arderán mis papeles
entre tus manos

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LA MANO

Es la mano la bella rama del día floreciendo con dedos suave como el arrullo de la paloma que ni atrapa el viento, ni arresta el agua. Pero se aloja en el espacio y abraza la tierra de la flor salvaje al árbol de palma.

Es la mano la que nos conforta en nuestra fractura, nos consuela cuando lloramos, nos da solaz en nuestro cansancio.

Es la mano el milagro del sueño la leyenda de la creación las columnas de luz o un manojo de ascuas que vivifican o menguan.

Es la mano un campo, y un ramillete de canciones infantiles, y un planeta.

La mano no es un libro, o líneas. No escrutes los detalles no leas su silencio ni sus contornos no encontrarás nada. Todas las líneas que la han invadido todas las curvaturas son nuestras culpas de las primeras aberraciones al advenimiento de la miseria.

Es la mano no la leas lee lo que escribirá lee lo que hará y levántala, levántala hasta que se haga un cielo.

Ibrahim Nasrallah (Palestina, 1954)
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poemas robados
(introducción)

este libro cavernario,
papel impreso cosido
con material sustraído,
pretendido poemario,
es cumplido corolario
de tardes de cafeína,
de charlas en la cocina
modificando dilemas
para cerrar los poemas
del curso que se termina

es la muestra insuficiente
de inquietudes, de desvelos,
de penas, sueños, anhelos,
de desazón oferente
por parecerse a Valente,
a Lope, a Byron (el lord),
o a Hierro, nuestro mentor,
peleando cada día
por escribir armonía
y emular al profesor

letras, palabras y versos,
cada firma colocada,
es una nota robada;
son los acentos dispersos
de los poemas diversos,
-como los granos de arroz
que componen el alfoz-,
trabajados cada día
con distinta melodía,
pero con la misma voz
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CATARATAS 9
a María Gabriela Cruz Gutiérrez
cirujana oftalmóloga

Camino por un filo sin una opción de fuga.
La ruta ya está hecha para el mortal que huye,
y ve pasar el tiempo, y todo se diluye,
eje volante, péndola que limpia y centrifuga.

Gira la lavadora. Discurre. Centrifuga.
Demora su lavado, y ya la sombra huye
del patio en un arroyo de luz, por donde fluye
este nefasto día de dudas y de fuga…

Estoy en un embudo. Al fondo hay una luz
donde la claridad asoma en una Cruz
de límites que acotan el horizonte; el paso

es un punto de mira abierto a la ventana
con puertas que se abren a una nueva mañana…
siempre con el azar del triunfo o del fracaso.

Pb/2019
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EL NIÑO AL QUE SE LE MURIÓ EL AMIGO

Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre:
—El amigo se murió. Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar.
El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. «Él volverá», pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar.
—Entra, niño, que llega el frío —dijo la madre.
Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándolo toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó: «Qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada». Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y dijo: «Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido». Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.

Ana María Matute
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