martes, 16 de octubre de 2018

¡SI ME LLAMARAS, SÍ;


flores de otoño en un árbol de altura: 1700 mts.

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¡SI ME LLAMARAS, SÍ;

¡Si me llamaras, sí;
si me llamaras!

Lo dejaría todo,
todo lo tiraría;
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.

Tú que no eres mi amor,
¡si me llamaras!

Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.

Porque si tú me llamas
-¡si me llamaras, sí; si me llamaras!-
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.

Nunca desde los labios que te beso,

Nunca desde la voz que dice:
"No te vayas."

de Pedro Salinas
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XXXIV

Estuvimos alternando
en los bares con la peña,
cerveza, tinto, refrescos,
callos a la madrileña,
cortezas, frituras, vino,
una ensalada risueña
de cebolla con tomate
de cosecha lugareña.
Probamos el rico mosto
que sacó la linda dueña,
y acabamos bien cargados,
como cuba caribeña.
Inquieto pasé la noche,
pero fue peor la leña
de urgencias, más apropiada
de una cena navideña.
¡Ay! si no me funcionara
el canal de la cureña.
Un sofocón de dolores
en la tripa pedigüeña
promete consuelo grato
como viva contraseña.
Rotas quedan las mañanas
en la pradera trigueña:
camino con el temor,
por el campo y por la aceña.
Recelo de tropezar.
Hasta de soltar enseña
miedo pánico he tomado,
por si, con fuerza de greña,
un arroyo mal oliente
por el ojo se despeña.

de apuntes 2001
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MI NUEVO AMOR


Tengo un amor nuevo y con él aprendí muchas cosas. Por ejemplo, los límites. Tantos años de ir a lo del psicoanalista para escucharlo repetir siempre: “Pero usted se tira a la pileta sin agua”. A mí esa frase me producía consternación, porque una pileta sin agua es de lo más triste que hay. O si no, me decía: “Hágase valer, usted tiene una imagen muy deteriorada de sí misma, usted es inteligente, es creativa”. Eso a mí me daba como un destello de valor por un momento y después me sonaba a consuelo, como cuando alguien presenta a otra persona a un tipo o una tipa impresentables y para arreglarlo dicen: “es historiador” o “viajó a Tánger”, y como yo creo que lo que siento es verdadero amor, no necesito ni ser linda ni ser creativa ni viajar a Tánger: él me quiere por lo que soy. Y no le importa si soy un poco vieja, porque es como que no registrara esas cosas: para mi asombro me quiere sin condiciones. Con él aprendí la expresión de la mirada, que vale por mil palabras: no me asusta si en sus ojos veo una pizca de odio; sé que no es hacia mí como yo suponía antes, o tal vez el análisis anterior haya hecho efecto a posteriori; de pronto uno puede tener una pizca de odio en los ojos por cosas que recuerda, motivos privados. Yo sé con él cuándo debo acercarme porque no es violento para el rechazo y así —y a eso siempre lo consideré una prueba de convivencia que alabaría el analista— podemos estar cada uno en su habitación, pensando en nuestras respectivas cosas sin necesidad de perturbar preguntando “¿qué estás haciendo?” para joderse las paciencias mutuamente. Con él me ha surgido una femineidad insospechada, porque ante su sencillez —es de hábitos regulares y desea cosas simples— he depuesto toda rivalidad o competencia. Compartimos esa cualidad neutra que posee el tiempo después de cierta edad, en que no hay días terribles ni fiestas luminosas, porque los días se enlazan en el comer, dormir, trabajar y ver un poco de televisión.

Eso sí, él televisión no mira. A la noche, para separar un día de otro, nos frotamos la frente. Los únicos problemas vendrían a ser la dieta y una sola costumbre que no me gusta, porque es muy delicado en general: sólo come carne picada y se rasca las pulgas delante de la gente.

de Hebe Uhart (Moreno, Argentina; 2 de diciembre de 1936-Buenos Aires, Argentina; 11 de octubre de 2018)
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