martes, 16 de abril de 2019

ÍTACA


a un paso del tiempo
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seguidilla

Ay, Candela, Candela,
no me azabaches,
que me veo en tus manos
libre de anclajes,

y en tus esquinas
por hacerte una copla
soy seguidilla.

jesús urceloy
4 de enero 2017

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ÍTACA

¿Y quién alguna vez no estuvo en Ítaca?
¿Quién no conoce su áspero panorama,
el anillo de mar que la comprime,
la austera intimidad que nos impone,
el silencio de suma que nos traza?
Ítaca nos resume como un libro,
nos acompaña hacia nosotros mismos,
nos descubre el sonido de la espera.
Porque la espera suena:
mantiene el eco de voces que se han ido.
Ítaca nos denuncia el latido de la vida,
nos hace cómplices de la distancia,
ciegos vigías de una senda
que se va haciendo sin nosotros,
que no podremos olvidar porque
no existe olvido para la ignorancia.
Es doloroso despertar un día
y contemplar el mar que nos abraza,
que nos unge de sal y nos bautiza como nuevos hijos.
Recordamos los días del vino compartido,
las palabras, no el eco;
las manos, no el diluido gesto.
Veo el mar que me cerca,
el vago azul por el que te has perdido,
compruebo el horizonte con avidez extenuada,
dejo a los ojos un momento
cumplir su hermoso oficio;
luego, vuelvo la espalda
y encamino mis pasos hacia Ítaca.

Francisca Aguirre
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CATARATAS
(a Virginia Hernández Ortega,
Oftalmóloga en el Hospital de Getafe)

La conocí una tarde de niebla y de trinchera
en un coro de reos, pacientes, asustados,
-tendidos en tumbonas con brazos a los lados-
amables celadoras, y alguna ninfa huera.
Sonrisas afloraban en la nerviosa espera.
El turno me llegó, y recorrí en carrito
la ruta del suplicio, oscuro e infinito.
en donde se afanaban sus manos de lumbrera.
Un forcejeo sordo aprisionó mi brío
bajo un potente foco que me atrapó en el frío,
atado a una camilla de cielo sin azul.
Salí de allí molido, agotado, maltrecho;
con la esperanza intacta, temores en el pecho,
y mi agradecimiento al ángel de la luz.

2019
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LO DIJO POR LA RADIO LA MAÑANA

En el amanecer de tu ventana
pinta rosas de sol la primavera.
El hálito vital del horizonte
recorta con trazado sinuoso
azul de cielo. Las estrellas funden,
en pálidos retoques del albor,
vagas cornisas, turbias chimeneas,
antenas y fachadas.
Un anuncio tirano lo revela:
la radio lo repite
y, en tu mejilla, tonos encendidos
de frío y de semáforo lo avalan.
Autobuses urbanos pone luces
a sombras derrotadas, y el tren de cercanías
en la estación en gente se desangra.
Gente que te contempla con despego.
Como si no supiera nada.

Pero la vida grita lo evidente
y desborda la calma; y todo se conjura
—miradas, risas, inocentes gestos—
enfatizando lo que no adivinan.
Tú los miras, y callas.
Te llevan en el río apresurado
por sendas, galerías, antesalas,
escaleras que bajan y que suben
en fuga de riada, avenidas y calles
que se cruzan, y chocan, y dispersan
en el amanecer de la jornada.
Te llevan y protegen.
Como si no supieran nada.

Pero grita la vida; y la radio lo dice,
y la gente lo habla
con palabras nerviosas y tranquilas
lanzadas desde todos los rincones
de la ciudad, que ya está despertada.

Tu despertar…

Con gesto decidido y luz en tu mirada,
embelesada buscas perfiles al espejo.
Te dominan temores, y preguntas
porqué grita la vida
si quieres ocultarlo a las miradas.
Para entonces el sol, enardecido
con reflejos dorados,
compite con las luces de la calle
que vibran al compás de los latidos
—sutiles y profundos—
en un nido de nubes y de gasa.

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ENTERRAR A SUS MUERTOS

“Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija siempre, inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie sabe cuándo comenzó a regir. (…) Así habla de y con los familiares de desaparecidos bajo las dictaduras militares que devastaron nuestros países. Y los hombres no han logrado aun lo que Medea pedía: curar el infortunio con el canto. Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular”.

Juan Gelman
en su discurso del Premio Cervantes, 2017
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