Cara descarnada, fino su bigote,
un par de copas de más,
el hombre que dicen El Rabanito
se presentó a trabajar.
Desde ese momento,
empezó a meterse con el personal.
— "Yo no soy del bueblo,
ni de la ciudá;
soy autoridá. Que nadie me dosa.
Darme los papeles que voy a firmar."
Siempre con la corza, -una o dos copitas-,
vivía en un mundo irreal,
y en ese viaje no se figuraba
la patada que le iban a dar.
Enfermo, dolido, se vio relevado
sin entender la verdad:
cuando más gritaba,
le desocuparon de su autoridad:
en una parada, en medio del campo,
lejos de cualquier ciudad,
lo echaron del tren, y se vio tirado,
sin mando, sin sombra, sin techo. Sin bar…
pbernal
ferroviarios
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viernes, 10 de abril de 2009
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