Las cosas se suceden en la vida
e ignoras por qué causa
a la gente, ese día,
dejas en la estacada.
No fueron avatares del destino,
tampoco el frío ni el agua,
que fue el reloj de números y pitos
quien hizo que saliera de la cama.
Una nueva jornada se despierta
y antes de que la sombra se alejara
un duende se propuso corregir
el hilo del programa.
Hay una sola vía, pocos trenes
que paran y no paran
cuando vienen y van y se dirigen
hacia distinta plaza.
El trabajo empezó. Llovía mucho.
La tierra está empapada.
Agua rebosa el mozo de amarillo
y la paquetería descargada.
Siguen su ritmo, cumplen el horario
los trenes de la pérfida mañana
y la gorra rezuma goterones
que brillan en la grasa.
Se acerca el mediodía. El agua cede.
Un rayito de azul se desparrama
y el duende que se cruza:
con un billete hace una jugada.
El umbral de la tarde. Ferrobuses
cruzan en la parada.
Viajeros bajan, suben y lo pierden
en medio de la nada.
Hay días que no estás para las duras
y ves que se desgajan
los planes que tan bien habías tejido
con tela y hojarasca.
pbernal
ferroviarios
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martes, 14 de abril de 2009
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