Pelé las palabras.
Me descubrí en el fondo,
trabado en un cieno pantanoso
minado con trampas colosales,
erizado de sables asustados,
matriarcado tiránico y clasista.
Huí despavorido hacia el abismo.
Apenas diecinueve otoños abrasados
en una combustión inacabable:
ardieron los filos de mis versos,
prendieron los hilos de mis sueños,
llovió un dolor universal, clarividente,
y caí en picado,
Ícaro escarnecido.
* * *
Pelé el silencio.
Lo ahogué en alcohol.
Mi contorno se desdibujó lento
y lo que fui se diluyó en el borde de mis ojos.
Aun así, en mi conciencia residual
seguía percutiendo insistente
un oráculo impenetrable y anónimo:
“Lo venidero es futuro imperfecto,
subjuntivo que sobrenada en la duda,
como tú y tu nada irreversible”.
Lo entendí en un súbito fogonazo
al buscarme en los posos de mí mismo.
La poesía agonizaba en mi interior
y tuve que extirparla, como hice antaño
con las verdades luminosas de la infancia,
para dejarla exenta e indefensa,
latiendo aún entre mis manos,
ante el cínico negocio de la vida.
Después les escupí en la cara
y me reí de sus ripios decadentes.
Luego se los devolví engastados
en la luz terrible de las nuevas palabras
recién traídas del infierno.
* * *
Al final no dejé títere con cabeza.
Otro con mi nombre y con mi cara
vivió dieciocho inviernos más
dando tumbos por el mundo,
pervirtiendo la conciencia con el lucro,
confundiendo poesía y desmesura,
aleando atrocidad y corazón.
Porque lo cierto es que yo tampoco sobreviví.
A. Rimbaud
Me descubrí en el fondo,
trabado en un cieno pantanoso
minado con trampas colosales,
erizado de sables asustados,
matriarcado tiránico y clasista.
Huí despavorido hacia el abismo.
Apenas diecinueve otoños abrasados
en una combustión inacabable:
ardieron los filos de mis versos,
prendieron los hilos de mis sueños,
llovió un dolor universal, clarividente,
y caí en picado,
Ícaro escarnecido.
* * *
Pelé el silencio.
Lo ahogué en alcohol.
Mi contorno se desdibujó lento
y lo que fui se diluyó en el borde de mis ojos.
Aun así, en mi conciencia residual
seguía percutiendo insistente
un oráculo impenetrable y anónimo:
“Lo venidero es futuro imperfecto,
subjuntivo que sobrenada en la duda,
como tú y tu nada irreversible”.
Lo entendí en un súbito fogonazo
al buscarme en los posos de mí mismo.
La poesía agonizaba en mi interior
y tuve que extirparla, como hice antaño
con las verdades luminosas de la infancia,
para dejarla exenta e indefensa,
latiendo aún entre mis manos,
ante el cínico negocio de la vida.
Después les escupí en la cara
y me reí de sus ripios decadentes.
Luego se los devolví engastados
en la luz terrible de las nuevas palabras
recién traídas del infierno.
* * *
Al final no dejé títere con cabeza.
Otro con mi nombre y con mi cara
vivió dieciocho inviernos más
dando tumbos por el mundo,
pervirtiendo la conciencia con el lucro,
confundiendo poesía y desmesura,
aleando atrocidad y corazón.
Porque lo cierto es que yo tampoco sobreviví.
A. Rimbaud
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