martes, 5 de abril de 2016

Escúchame, Señor


Foto Drus. Bola del mundo

desde la cima
adornada de gasas
una promesa

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GIACOMO CASANOVA ACEPTA EL CARGO
BIBLIOTECARIO QUE LE OFRECE,
EN BOHEMIA, EL CONDE DE WALDSTEIN

Escuchadme, Señor, tengo los miembros tristes.
Con la Revolución Francesa van muriendo
mis escasos amigos. Miradme, he recorrido
los países del mundo, las cárceles del mundo,
los lechos, los jardines, los mares, los conventos,
y he visto que no aceptan mi buena voluntad.
Fui abad entre los muros de Roma y era hermoso
ser soldado en las noches ardientes de Corfú.
A veces, he sonado un poco el violín
y vos sabéis, Señor, cómo trema Venecia
con la música y arden las islas y las cúpulas.
Escuchadme, Señor, de Madrid a Moscú
he viajado en vano, me persiguen los lobos
del Santo Oficio, llevo un huracán de lenguas
detrás de mi persona, de lenguas venenosas.
Y yo sólo deseo salvar mi claridad,
sonreír a la luz de cada nuevo día,
mostrar mi firme horror a todo lo que muere.
Señor, aquí me quedo en vuestra biblioteca,
traduzco a Homero, escribo de mis días de entonces,
sueño con los serrallos azules de Estambul.


©Antonio Colinas

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19 CUANDO VIENE LA MUSA



Sabe que no debió campar tan tarde
por barrios y callejas tan desiertas.
El espejo del Segre dibujaba
en su fondo las nubes que no eran
en el ocaso limpias. Caminaba
sin rumbo fijo. Fuego y cristaleras
en el verde paseo se agolpaban
sembrando de luciérnagas
la miscelánea raza de la calle,
siempre de gente llena.
Torció por una cuesta: Caballeros.
Se detuvo en el arco de una iglesia.
Y junto a la escalera descarnada
que bajaba o subía, ya la cuenta
perdió de su destino no fijado.
En la maraña de la noche cierta,
por una encrucijada tuvo miedo
a estar perdido o a que lo perdieran:
no eran morenos, no; tampoco blancos
bajo la sombra de un farol cualquiera,
apostados al viento
de una disputa sorda, compañera
de manejo de manos que apoyaban
razones, fundamentos… Por la cuesta
(no sabe si bajaba o si subía)
se acercaba a la esquina. La respuesta
a esa duda que nace y que atenaza
(cada paso más cerca)
le hacía caminar como un juguete
mecánico, de aquellos que la cuerda
impulsa con un ritmo estrafalario,
tembloroso, de feria.
Soñó pasar por el farol de sombra
como si no pasara, sin ofensa,
pero no fue posible: lo pararon
con un gesto amistoso, sin violencia:
—Amigo —dijo el que manoteaba—
¿no tendría un papel? ¿—Papel moneda…?—,
le contestó mientras su mano zurda
buscaba no sé qué en la faltriquera.
—No señor, no es dinero; lo que pasa…,
perdone usted…, es que mi compañera…
(cayó de pronto: con los pantalones…)
…en el bar ha olvidado mi libreta,
donde apunto las cosas que me vienen,
y me viene la musa: ¡soy poeta!


©pbernal

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