martes, 31 de octubre de 2017
MALOS RECUERDOS
Travesía
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cuando se rompe
la tacita del te
cómo el olvido
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MALOS RECUERDOS
Llevo colgados de mi corazón
los ojos de una perra y, más abajo,
una carta de madre campesina.
Cuando yo tenía doce años,
algunos días, al anochecer,
llevábamos al sótano a una perra
sucia y pequeña.
Con un cable le dábamos y luego
con las astillas y los hierros. (Era
así. Era así.
Ella gemía,
se arrastraba pidiendo, se orinaba,
y nosotros la colgábamos para pegar mejor).
Aquella perra iba con nosotros
a las praderas y los cuestos. Era
veloz y nos amaba.
Cuando yo tenía quince años,
un día, no sé cómo, llegó a mí
un sobre con la carta de un soldado.
Le escribía su madre. No recuerdo:
«¿Cuándo vienes? Tu hermana no me habla.
No te puedo mandar ningún dinero…»
Y, en el sobre, doblados, cinco sellos
y papel de fumar para su hijo.
«Tu madre que te quiere.»
No recuerdo
el nombre de la madre del soldado.
Aquella carta no llegó a su destino:
yo robé al soldado su papel de fumar
y rompí las palabras que decían
el nombre de su madre.
Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo,
pero aunque tuviese el tamaño de la tierra
no podría volver y despegar
el cable de aquel vientre ni enviar
la carta del soldado.
De Antonio Gamoneda
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TODO YA ESTÁ DICHO
¿Para qué repetirlo,
si todo ya está dicho?
Ya está dicho que llora:
llora la noche triste
memoria de tu ausencia.
Que el tiempo es un suspiro
eterno, en el espejo
de una caricia rota.
Que la fragilidad
naufraga en los deseos,
mecida entre los senos.
Que la distancia tiñe
de rubor y tristeza
la soledad, si sueño…
Que nada es, cuando,
al despertar,
mi cama está vacía.
Que lloro, y es de noche.
Aunque reine la luz.
Y todo ya esté dicho.
de “Variaciones sobre el ocaso”, 2005
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