domingo, 3 de febrero de 2008

Oposición de Venus y Saturno

Avatares del mundo traicionan
los secretos más puros del alma,
y en el fondo su poso reposa
sin fin de semana:
en el tiempo, los tempos se pierden
como bello cantar en la rama
de aquel ave de trino menudo
y paz envidiada.
Nadie sabe ni quiere saberlo
(aunque sueñe saber el mañana),
qué le va a deparar en su vida
la nueva alborada.
Pero tú, que sin ser quien quisieras
y queriendo ser ese que habla
frente al monte que, cuando no viene,
a él vas por las malas,
sí pudiste saber de las cosas
que interrumpen la dura jornada,
y, cansado de lindas promesas
embusteras, vanas,
destruiste con un gesto el tiempo
(que no debes a nadie ni a nada);
lo arrojaste en el agua, y bogaste
a puerto de naja.
Puede ser que colmase la copa
y rebosara; puede que por nada;
puede ser que una noche no buena
rompieras la raya.
Puede ser que los años pesasen
y movieran el fiel de balanza
hacia el árido sol de una noche
desnuda de brasa.
Pero no. No te creas tan listo.
Nadie sabe (lo digo en tu cara)
lo que va a suceder con tu vida
el día de mañana.
Es, amigo, por eso que cuento
este cuento que abruma, que cansa
como vórtice fiero de sueños
en la noche blanca
habitando las mudas paredes
que dialogan y gritan y hablan
revividos en fuegos absurdos
cual perlas amargas
entre fiebres de gripe y sosiego.
Y por eso rompiste la amarra
(tal vez ya lo supieras entonces),
que te unía a la barca,
a esa barca de ideas de prosa
y de orgullo, que balanceaba
(quizá fuese Venus…) tersuras
de un hilo de plata.
Era el astro de luz; era Venus,
su desnudo subido de sayas,
recreando el azul del crepúsculo
obscena y callada.
Se oponía tenaz a la noche:
te marcaba con fiestas y farras
el exacto momento en que habías
de romper amarras.


Pbernal
4 de febrero de 2008

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