5.- El tren
Rueda la rueda, y rueda.
Rueda y sigue rodando.
El maquinista, al frente;
el mundo hacia otro lado.
Margaritas deshojan hechizos de tarde vencida.
Densas trazas de nubes rojizas reprimen su llanto.
Rumores discretos acechan.
La retama perfuma el ocaso.
Plata y lumbre de hierro, los puentes encienden
resplandores que ceden veloces por sendas, por prados.
Los pueblos y aldeas son puntos brillantes en la lejanía,
mientras el maquinista lleva el tren con pericia y cuidado.
Más de ciento cincuenta traviesas
juguetean a ser balasto.
Los carriles alientos enervan. Profanos retozos
comunican las ruedas al campo,
esas ruedas que ruedan y ruedan y ruedan
y siguen rodando.
Se guiñan
esa estrella lejana y el faro.
Brota luz del reducto colgante que alumbra la vía
-macilenta, menguada, cansina-. Su rastro
amenaza la noche manchega,
cortejada por esa bujía que luce a su paso.
(Una espiga se rinde a la tierra:
es el peso de un viento liviano,
y un gemido de niña vencida reposa en abrazos.)
Y las ruedas, ruedan y ruedan y ruedan
y siguen rodando.
pbernal
desde mi cabina
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lunes, 15 de diciembre de 2008
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