6.- La señal
En el mástil, tajante,
cierra el paso una valla.
La ley es inflexible:
aquí todo se para.
El tiempo se detiene.
Es ya noche cerrada.
Hasta el aire se llena
de misterio y de farsa,
y el reloj se acelera
en loca galopada.
Rumor. Silencio roto.
Preguntas. Suspicacias
en el pequeño nicho,
sujeto a la mirada
de luces y botones,
relojes y pantallas
inútiles en medio
de la engañosa calma.
Solo los ojos solos
de quien dice que manda
vigilan el futuro
del mástil y su guardia,
absortos en el rojo
de su testuz sin alma
que cierra los postigos
al pie y a la esperanza
del giro de la rueda
al hierro encadenada.
Silente queda el grito
de bestia encarcelada.
Quebrados los impulsos
del pájaro sin alas…
El tiempo, detenido,
se rebela, reclama,
y desde la consola
replican las campanas
de otro mundo lejano
para el que todo es raya
-continua, diagonal,
paralela, cruzada…-,
y luces que se encienden;
y luces que se apagan.
Sentado en su consola
atiende la llamada
y en un susurro dice:
— Perdona, camarada;
me despistó el arrullo
de una sutil balada;
ya mismo te despejo
esa señal cerrada.
Y en el mástil, la verja
alegre se levanta
con aire de colores,
perdida la jactancia
del rojo que prohibía
al tren seguir su marcha.
pbernal
desde mi cabina
---
martes, 16 de diciembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario