La ciudad, en la tarde, rendida de sosiego,
de par en par dispone al viento sus ventanas.
Acomoda su suerte a la sombra del río,
y absorbe las delicias de la brisa serrana.
Terrazas y avenidas, debajo de la luna,
(una luna redonda, como una Hostia Sagrada),
se llena de vecinos ansiosos de aire fresco,
que en el agua se miran y en la hierba descansan.
Automóviles gruñen sobre asfalto y cemento:
provocan a la luna y laceran la pausa,
veloces arrasando con ráfagas de ruido
la flema de la noche de la ciudad callada.
Mirando el agua irse bajo la piedra muda;
ausente a las caricias de la corriente clara,
con el rumor de voces, qué lejos y qué cerca
tu mirada, tu aroma, tu risa; tu palabra…
pbernal
de Cartas...
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