(…y una niña de Tánger, 13 años…)
Velas de procesión queman el suelo
con dentelladas de dolor, de rabia.
Alimenta sus lágrimas de sangre
la confusión de pensamientos rotos.
Pedazos de persona se rebelan
contra la nada del artero sino
en donde se diluyen universos.
Nadie devolverá las esperanzas
al hálito de un verso macerado
por el fragor doliente del silencio.
Silencio de una madre sin respuesta.
Silencio de repiques de llamada
sin destino ni fin, donde la duda
asalta los espacios del silencio.
Silencio de los hombres demudados
en el horror de un golpe sin certeza,
de dura digestión, incomprensible
en el calidoscopio de la vida.
Silencio de sollozos infantiles
quebrados por el frío de una mano
ejecutora, sin cabeza, ciega.
Silencio deshojado en las aristas
retorcidas de hierros quejumbrosos
depositarios de las frustraciones
de tantos inocentes; y culpables.
Un ejército vasto, de colores,
vestido de trajín en los andenes,
sube como la hiedra hasta la calle.
Inunda los espacios con sus gritos
empapado de lágrimas de fuego,
y en el viento cabalga su congoja
con el pabilo de las luminarias…
Y una niña de Tánger (trece años),
en los brazos inertes de una madre,
golpea con sus manos a los cielos…
Pero, sin duda, Dios está dormido.
pbernal
de cartas...
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