Entre dichosa y cansada
junto al río se reclina
una aldea peregrina
de bocateja gastada.
El agua mansa, callada,
pone hiedra en los rincones
y despinta sus balcones
de madera destronada.
A lo lejos, sus fachadas
cristalinas, parecían
acuarelas que fundían
las tejas abermejadas;
son las hiedras, abrazadas
a los arcos de verbena,
zarcillos de hierbabuena
sobre la plaza colgadas.
Una torre languidece
de cigüeñas anidada.
En la espadaña, callada,
la campana se entumece.
Cuando la luz amanece
y el sol despierta al castaño,
se recompone un rebaño
que a lo lejos crece y crece.
Cada rincón, cada casa,
cuanto verdea y florece,
una estampa me parece
de azul y verde. La brasa
del horizonte lo arrasa
con pinturas de acuarela.
Y es un suspiro la estela
cuando el tren, volando, pasa.
pbernal
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