viernes, 6 de marzo de 2009

Hierro y humo 5 (11 de 19)


EL RAP DE LA RAMA

Subimos, y lo primero
es mirar lo del fichero
por si hubiera novedad.
Y después,
según lo dice el francés,
hay que darle un puntapié
al botón
colorado bermellón
que dice: "anulación
de la alimentación
del convoy".
Luego se conectará
y se desenclavará
la BL del panel:
La bocina sonará
y nos ensordecerá
al mezclarse como un trueno
al aparato del freno,
que al rearme
de inmediato callará.
Seleccionamos paraguas
y que suba se le ordena
observando los efectos
en escalas y verbena.
Comprobamos la tensión;
le damos al disyuntor:
rearmamos con tesón;
miramos si las gemelas
ya se fueron de la escena
y pasamos a crear
la presión para frenar...

A los cinco o diez minutos
de empezada la función,
le pulsamos a la K
y hacemos comprobación.
Y después, a proseguir,
pulsando la C y la I
para ver si se lo sabe
el sistema LeZetaBe.
(Yo no sé si te lo cuento
o quizá, mejor, lo digo:
hay que comprobar que el muerto
actúa bien como vivo.)
Y después a Vigilar
a la vez de Liberar
disponiendo la función
para la circulación:
comprobamos la tracción;
las luces de dentro y fuera;
el teléfono del tren
y el teléfono de tierra;
introducimos los datos
en una caja que cuenta,
del armario de las luces
situado en la trastienda...
Con el libro manual
se completa el escenario
y bajamos para ver
el acceso y numerario
de los viajeros del tren
(y la limpieza también).

Cuando se acerca la hora
hay que irse a la cabina;
mientras la espera,
se ultiman los detalles
hasta que suenan
dos toques de campana
que desde el tren te dicen:
adiós y hasta mañana.
Sin perder un segundo,
con la siniestra aflojas la pestaña,
mientras la diestra gira con esmero
el inversor, el selector
y el mando que libera
los caballos de potencia
que la blanca bestia encierra.

Se mueve el artilugio:
los amperios se suben unas rayas
mientras con el manubrio
con cuidado controlas la batalla…
Silban y rugen, fieras,
sobre el acero duro de la vía,
las mil caballerías y las ruedas.

Y la aguja amarilla
al escondite juega con la roja:
(aunque no pueden verse,
no puede estar la una sin la otra.)
Retumba la bocina caprichosa
en el cambio de fase;
desarmas el rearme de la cosa;
y cuando pasas, vuelves al rearme.
Atrona el hombre muerto;
te llama el súper desde el infinito;
tomas notas, controlas los caballos,
el nivel de tensión…
LeZetaBe te avisa con su pito;
y si no estás despierto
y la roja le gana a la amarilla
en su loca carrera hacia…, otro sitio,
el tren se te detiene
y te pone de inútil con sus gritos.
La curva, la parada;
la súbita escalada del amperio
o la bajada al límite inaudito
del nivel de tensión del voltiperio.
Que si falla el paraguas;
que si la roja y gualda no se apagan
y el aire se te baja, el muy tunante,
de forma acelerada y alarmante…
El cambio de rasante,
(aquí le cierro o abro en un instante)
kilómetros a vela
para que luego una parada intempestiva
te rompa los esquemas.
La niebla espesa;
el sol, que te deslumbra;
el faro, que ilumina,
pero que ni en la oscura noche alumbra…
En el panel siniestro
una luz se ha encendido:
de defecto.
Un bloque se bloquea:
o bien en freno, o en tracción
o en lo que sea.
¡Y la marcha seguimos tan pimpantes!

Con el dorso de la mano
nos limpiamos los sudores
olvidamos las fatigas
las oscuras desazones,
y se busca en la bajada
ese segundo que parece nada
y que permitirá llegar adelantado
al cliente, que viaja confiado,
ignorante, tranquilo, descansado,
sin saber el ladino
lo que hay que hacer para llevarlo a su destino.


pbernal
hierro y humo
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