HISTORIA DE LA LOCOMOTORA ARGANDA
Las traviesas, sufridas, silenciosas,
cubiertas de malezas y de malvas,
soportaban el grave deterioro
de maquinaria y vía abandonadas.
Enamorados del carril y el hierro,
del tirafondo, el humo; de la grasa
soñaban aumentar su compromiso
en la municipal nave de Arganda.
Buscaban por Depósitos despojos,
por minas, por canteras, por quebradas,
y en esa vía muerta
descubrieron, atónitos, la máquina.
— Es cero treinta. No precisa tender.
— Toda la chapa está deteriorada.
— Parece una maqueta, de juguete.
— Debemos intentar recuperarla...
Bajo la lluvia mansa, sobre un trailer,
por carretera fue llevada
desde el olvido de la indiferencia,
a la dedicación emocionada.
Era una tarde azul. El sol fulgía
en el cemento frío, blanda cama
donde depositaron su trofeo
en la nave, a orillas del Jarama.
Manos diestras con fe, con insistencia,
deshilvanaron tubos, bielas, chapas,
y con sudor, fatiga y entusiasmo,
reconstruyéronle su maquinaria.
Cada pieza sufrió la misma suerte:
la desmontaron para analizarla…
Copiaron las que no tenían forma:
las rotas, inservibles y gastadas.
Buscaron con afán escrupuloso
los planos de la máquina oxidada,
y aquellos ya perdidos
los inventaron en una pizarra.
Algún trasplante hicieron, necesario
para que su función desempeñara…
Así lograron con tesón e ingenio
reconstruir la máquina soñada.
Una mañana fría de noviembre,
con la emoción prendida en sus entrañas
y en su mirada el gozo,
corrieron a encenderla y a probarla.
Con agua le llenaron la caldera,
carbón, leña, cariño en cada arca;
prendieron el hogar, y un fuego vivo
nació con emoción en llamaradas.
Se despertó la fiera con dulzura
entre nubes del humo y de la grasa:
Vesta con sus donceles se movía,
milagro del vapor, en la explanada.
Una estela dibuja, cristalina,
en la fría mañana soleada,
velo mezclado con el gas ardiente:
su corazón de hierro palpitaba.
Asciende la presión. El agua hierve.
El hierro despereza telarañas.
La diosa se envanece
por sus admiradores rodeada:
lubrican bielas, rótulas, tirantes,
las mechas verifican, afianzan
aceite a las manguetas, y vigilan
agua, carbón, presiones, leña, grasa...
Han montado la vía
en el asfalto de la carretera,
y azuzan sus corceles
hacia la instalación de la Poveda.
Del Río, con su diestra, toma, gira
la palanca que fija, y balancea,
la biela del sector, para que rueden
hacia delante, o hacia atrás, las ruedas.
Afloja el freno. Con saber prudente
maneja la palanca que lidera
al distribuidor, y deja paso
de vapor al cilindro. Su carrera
empuja su pistón, libera, guía
al vástago, y el vástago a la biela,
y la biela, en su giro descendente,
imprime el movimiento hasta la rueda.
Vertiginosa, corre a quince o veinte,
endiablado vaivén llevan las bielas,
y un tranquilo pulsar de gas caliente
corona sin cesar su chimenea.
Dos vagones arrastra por la vía;
con la galga y el pito suelta y frena.
ARGANDA le pusieron por apodo,
y tiene su "guarida" en La Poveda.
pbernal
hierro y humo
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viernes, 13 de marzo de 2009
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