sábado, 14 de marzo de 2009

Hierro y humo 5 (19 de 19)

ROMANCE DE LA LOCOMOTORA 4000


Aunque la historia no es vieja,
es un cuento trepidante
el de la máquina verde,
verde, redonda, muy grande.
Impresionaba mirarla.
En las noches de puñales,
rodaba sobre la sombra
con reflejos de diamante.
Dos motores equipaba
silenciosos y triviales.
Su cabina, bajo el techo,
ojos ponía triunfantes
en lo alto, junto al faro
y los amplios ventanales.
Era fría con el frío,
y en el calor, abrasante.

El faro central deprime,
los pilotos, figurantes.
Cadenas en el testero,
topes, gancho… Por delante
brida en el gancho embridada.
La de atrás, al tren: quilates
eran su fuerza y su brío
cuando arrastraba un embarque.
Silbato de doble tono
musical. Un disparate.
Y el SIFA, y el zumbador
para evitar el desmarque
de un maquinista dormido…
Una máquina de empaque.

Para el exprés la trajeron.
Velocidad. Sin ambages,
aunque fallaron el freno:
eran otros tiempos, madre…:
había que pelear
con el vacío y el aire.
Velocidad; toneladas
como plumas al arrastre,
para viajeros. Paradas
pocas, de breves instantes…

Siempre de noche. La noche
eran órdenes, señales,
cruces, túneles y curvas;
rampas; bajadas; rasantes…
Los hierros, cuando crujían,
era cuando el lubricante
de la pestaña faltaba,
y buscaba libertades:
arañaba con deseo,
hierro contra los metales…

Cuantas lunas… Amarillas,
pardas, pálidas… Rosales
de cementerio. La lluvia
encharcando tristes calles
vacías desde la sombra,
negras, oscuras, brillantes,
espejeando fantasmas
de luces de sol y baile…

Y la máquina, despierta.
Esperando. Por el valle.
Responde a todo. Lamenta
su maquinaria ser alguien
cuando, veloz, se concentra
en sus circuitos de aire,
en sus tubos de presión,
en su cerebro de carne;
ese que va regulando
con el reloj su descarte.

La mañana siempre llega
con la luz. Y los pesares
de la noche se prolongan
hasta tarde.
La chimenea descubre
que puede manchar el aire,
y nubes de gas ardiente
vuelca sobre los trigales.
Va por la orilla del río.
Cruza plantíos, frutales,
y emponzoña con el humo
sembrados y melonares…
No es de vapor esta máquina.
Es Diesel; pero ya es tarde.
Gasta como una Montaña
de Fuel o Carbón. Y sale
mucho, mucho más barata.
Hasta que, rota, se pare…
Porque no descansa nunca,
muchos kilómetros hace
sin descansar: la repostan
y a la calle.

Hemos cruzamos el Jalón.
Vamos al Ebro. Ya sale
el sol por el horizonte.
La máquina, infatigable.
Humareda va soltando,
aceite quema, ya sabes,
tantas horas de trabajo
tantos días, tantas tardes…

El destino ya se acerca.
Calanda, desierto. Aves
carroñeras en el cielo.
Y el Ebro sigue adelante.
Túneles. Siete Enanitos.
Simas. Almendros. Ciudades
aparecen a lo lejos,
frescas, lozanas, flagrantes
con sus castillos de piedra
rotos. Con sus estandartes
ondeando a la mañana…
Es Mora de Ebro. Mediante
Dios, una Chispa releva
a esta máquina tan grande.

El puente de hierro. Vamos.
Entramos en los bancales.
En el andén me detengo,
y abandono a mi gigante,
que la potencia del hierro
merma mis fuerzas vitales.
Aquí termina mi cuento,
el de la máquina grande,
que sigue con otro dueño
por otros cañaverales.

pbernal
hierro y humo
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