martes, 17 de marzo de 2009

Hierro y humo 7 (1 de 2)

CINCO MINUTOS, CINCO


El dividendo niega disonancia
entre quienes trabajan y lo escrito,
e inclina y predispone la jugada:
cinco minutos, cinco. Sólo cinco.

Sobre su mesa el jefe desparrama
papeles como cartas en garito,
y resume, decide, y lo proclama:
— ¡Cinco minutos, cinco! ¡Sólo cinco!

Tiemblan los cielos, gozan los clientes:
aplauden los temores y algún grito
de la cabina. Sueñan que les pasa:
cinco minutos, cinco. ¿Sólo cinco?

Ha limitado el tiempo de los trenes.
Ha roto los proyectos eruditos
de la marcha económica ensayada.
Cinco minutos; cinco. Sólo cinco.

Silba Julio Martín una balada.
Atrás deja los robles y los pinos.
Una bocina suena, ¿falla algo?
(Cinco minutos, cinco. Sólo cinco.)

Remonta la pendiente de La Sagra.
Siente por sus espaldas el pellizco
de alguna luz de alarma:
cinco minutos, cinco; sólo cinco.

Al máximo de amperios va la Rama
y el voltaje no llega a veinticinco.
Frío sudor, la madrugaba fría,
cinco minutos, cinco; sólo cinco.

Rocío disimula la alborada.
Moja la vía: viene como un pingo,
como una pista donde deslizarse
cinco minutos, cinco; ¿sólo cinco?

Pasean por la vía cinco toros.
Con arte los torea Martinito.
Un bravo mira desde la alambrada…
(Cinco minutos, cinco; sólo cinco.)

Manolito Castaño le convoca
con un sutil aviso:
"— Cambiamos de bloqueo en Calatrava…"
(Cinco minutos, cinco. Sólo cinco.)

El Técnico de turno le concreta:
"— Soy Cano. Cuando llegues a destino,
me cambias a la cuatro cinco Ramas…"
(Cinco minutos, cinco. Sólo cinco.)

De Córdoba a Sevilla vuela el "bala",
tumbos va dando, tumbos y hasta brincos,
y en sus ojos clavados alfileres,
cinco minutos, cinco; sólo cinco.

El asiduo viajero rememora
la vela que le puso al Santo Cristo
de la Vega: sueña que se retrasa
cinco minutos. Cinco, y un poquito.

pbernal
hierro y humo
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