miércoles, 26 de agosto de 2009

LA SONRISA SARDÓNICA DE WELLES


Sonreiré en lo oscuro
porque mido mis pasos
y sé sencillamente
que sólo yo me basto
para parar el mundo.

Mío es el sí y el no,
pues visto ya el sudario
y no me importa nadie.

El azar de la lluvia
queda para el gentío.

Yo soy quien pesa la mercancía,
el que decide el precio
y también el que paga.


Luis Felipe Comendador
«El gato sólo quería a Harry» (2004)
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Mi amigo tiene razón: no hay nada como correr todos los días 20 kilómetros.


Jesús URCELOY
urcelología
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Acaba el día


En la tapia blanca,
junto al cementerio,
dominan los ocres
del álamo viejo:
su espléndida copa
se alarga hasta el cielo,
y luce a los rayos
del sol desde lejos.
Los pardos colores;
la salvia, el romero
aromando el campo;
los trigales nuevos;
el blanco y el verde
del viejo granero;
la choza; el rebaño;
el arroyo seco…,
sus trazos diluyen
detrás del otero.
La gente del campo,
(animales, viejos,
muchachas floridas,
jóvenes labriegos…),
cansados, alegres,
rendidos, risueños,
charlan de los trigos,
la vid, el centeno
del amo que duerme
inquieto su sueño…
Antes enredados
en un sol de fuego,
vuelven a sus casas
camino del pueblo,
llenando la tarde
de largos silencios;
de cantos; de ruidos;
de risas; de sueños…
Y cuentan la historia
de todos los tiempos:
El sol los levanta
sin prisa ni apremio;
alumbra; calienta;
enciende los vientos;
alarga la sombra;
despierta los miedos,
y a la luna fría
le cede los velos.
Sueñan con regazos
tibios, lisonjeros,
donde las fatigas
cedan al esmero
de los arrumacos,
de abrazos, de besos,
y olvidan historias
y viejos recuerdos
de la tapia blanca.
Junto al cementerio.


pbernal
2003
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