lunes, 31 de agosto de 2009

NUESTRO AMOR NO IMPORTA


Porque la tierra rota y se traslada,
porque también el átomo y la vida,
porque ardemos en sístoles
y trágicas diástoles,
porque el hombre de Orce
se irguió una tarde y supo
que el futuro era suyo,
porque hay una mitosis
que supera a la química,
porque el lemur no tiene
bayas para su hambre,
porque en Marte hubo agua,
porque que hay una escritura
que aún no se ha descifrado,
porque la luz es curva,
porque hay una poesía
de cáncer y oncogenes,
porque una fiebre extraña
no encuentra su vacuna,
porque a las nueve y media
se juega el Deportivo
su futuro en Mestalla,
porque alguien se autoinmola
y aquí no pasa nada,
porque una mujer llora
mirando a su asesino,
porque Renault no tiene
los mejores neumáticos
y debe conformarse
con seguir a Ferrari,
porque mi madre sufre
un vértigo terrible
y pelea en la cama
una guerra tranquila...

Porque hay mucho que hacer
y no nos queda tiempo...
nuestro amor, francamente, no importa


Luis Felipe Comendador
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Cada vez que me limpio las gafas sufro más lo que veo.


Jesús URCELOY
urcelología
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La final
Para Pochi Huerta, con toda mi admiración y cariño.


Estaba por acabarse el partido y el empate persistía. No había manera, los del otro equipo eran gente esforzada y qué coño, jugaban bien, tan bien o mejor que ellos. Eran gente dura, que ya había demostrado su valor, su inteligencia, su eficacia cuando en el partido de ida les habían goleado. Sí, fue un exceso de confianza, pero habían aprendido de ello, sabían muy bien cómo se las jugaba el otro, los hombres que había qué marcar, la técnica depurada de sus delanteros, la férrea disciplina de los defensas, la inteligencia de los medios, la agilidad y el carisma del portero. Y su entrenador. Aquel viejo campeón.

Estaba por acabarse el partido y parecía que nada iba a funcionar ya. ¿Cuántas jugadas habría tiempo de hacer, dos, tres a lo sumo? Muy pocas. Tal vez luchando por la posesión del balón, jugándose el tipo con pases cortos, no arriesgando demasiado. Quizá adelantando la defensa y con suerte hacerles creer un pase en profundidad por la izquierda, que parecía su flanco débil y arriesgar a un hombre por la derecha que recibiera bien de lejos. Sí, esa era la solución. Alguien con los nervios bien templados, que no disparase a lo loco, que supiese esperar ese desmarque, ese tiro largo, y lo recibiera, y dejase amansar el esférico con suavidad, que supiese lanzar con fuerza y precisión a los límites casi imposibles de la escuadra.

Estaba por acabarse el partido y Pochi miró a su entrenador de nuevo. Nada, aquel hijo de puta no le prestaba atención. Sácame ya, cabrón, sácame. Yo podría hacerlo. Pero el entrenador seguía dando voces, haciendo borrones en el puto pizarrín, consultando con todos menos con él. Sácame, cabrón, sácame. Hoy tenía que haber jugado de titular. Me lo prometiste, me lo juraste, cabronazo. Me he tirado media liga chupando banquillo, he sudado como el que más, me sé de memoria todas las jugadas, sé cuáles son las posiciones, he sido el primero en todos los entrenamientos. Con lluvia, con barro, con nieve, con un sol de justicia. Me lo has jurado, me lo has jurado, imbécil, tengo a toda mi familia en el graderío. Hasta ha venido Jesús, que no le va esto del fútbol. Si supieras lo que me ha costado convencerle.

Estaba por acabarse el partido y todo se iba a ir al carajo. Había que ganar, por la mínima, por un solo gol, y aquellos tres puntos les darían la victoria, sin contemplaciones, o al uno o al otro. Sólo podía haber un vencedor. Uno sólo. La gloria no se comparte. Un empate les daba el título a los otros, por el gol average, por haberse dejado golear de aquella manera infantil en el partido de ida. Y Pochi sabía que desde aquel momento el entrenador le había cogido tirria, le echaba la culpa de aquel fracaso. Sabes que no fue culpa mía, idiota, que también me sacaste cuando ya no había posibilidades. ¿Qué podía haber hecho yo? No vas diciendo que once son once, que somos una piña, que la victoria o la derrota no es de quien marca o quien encaja, sino del equipo entero, hasta de los masajistas? Eres un canalla, me has tenido en el dique seco toda la temporada, y ahora vamos a perder, idiota, vamos a perder, como tantas otras veces.

Estaba por acabarse el partido y ya no quedaba tiempo y entonces consiguieron una falta a favor. Desde la banda derecha, muy próximo al banderín de córner. Todos se levantaron del banquillo. Aquella era la última oportunidad, el entrenador levantó el brazo hacia el árbitro y por primera vez en todo el partido, en toda aquella final de mierda, en toda aquella odisea de gestos rotos, miró a su izquierda, al último de los hombres del banquillo.

Estaba por acabarse el partido y el entrenador le miró a los ojos. Pochi aguantó aquella mirada, arrogante y terca y supo que había llegado el momento, que en aquella mirada se acababan los reproches, las desidias, las esperas. Que en aquella mirada no sólo cabían las palabras de los vestuarios, los olvidos de todo aquel año de ligas y minutos incompletos, que las cartas estaban echadas, que en aquella mirada no sólo estaba la mirada de toda la afición, los socios, sino que también estaban los ojos de su padre, de su madre, de su hermana, de sus abuelos. Pochi sabía que en esa mirada también estaba él, años después, cuando le tocase a él mismo dar la oportunidad a otro Pochi futuro. Cerró los ojos.

Con tranquilidad se levantó, mostró sus botas y el dorsal a los árbitros, chocó las palmas del compañero que se retiraba. De cuatro zancadas ya estaba allí, cerca del punto de penalti.


Jesús Urceloy
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Lluvia


La lluvia cae pesada
Son lágrimas que apagan las paredes.
Flechazos que se clavan en la cal:
la rasgan y se pierde por los suelos.

Corazón solitario. Tarde árida.
Regueros en el alma lacerada…

En el silencio reza su oración.

Callado canta al dios
descargando las hieles de su llanto.


pbernal
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