EL DUENDE
— "Si me buscan, que tuve que salir…"
Sin rumbo, por afán de pasear
en la ciudad junto al Guadalquivir,
aquella noche me propuse andar.
Presidía la calma en el lugar.
El duende se movía por ahí
y yo, que lo buscaba sin cesar,
en cada esquina siempre lo sentí.
Vagué por esas calles sin pedir
la información que me quisieran dar,
porque a ningún lugar quería ir:
sólo perderme solo, caminar.
Atrás abandoné modernidad.
En angostas callejas me metí:
monumentos, iglesias, libertad,
plazuelas con acento andalusí…
En un mundo lejano me sentí
entre el azul del cielo y el canal:
ladrillos con su tono carmesí,
fachadas de brillante y blanca cal…
Rodeando la vieja Catedral
a la bella Giralda sorprendí
al lado del Palacio Arzobispal:
hablaban de un secreto nazarí.
Al Puente de Triana descubrí
saltándose el espejo del canal
y, al amor de las sombras del jardín,
el amor del clavel y del rosal.
A la Torre del Oro fui a parar
y aroma de jazmines intuí:
una niña morena, de azahar,
los vendía por un maravedí.
Sumido en su perfume sarandí,
prendido en sus colores de cristal,
por el Barrio de Centro la seguí
celoso de perderla en un portal.
Ya por San Luís, esquina a Castelar,
en plena Macarena la perdí;
mas, sintiendo un extraño bienestar,
el misterio del duende descubrí:
Al lado de una reja los oí.
Gritaban sus amores sin hablar
demorando su tiempo sefardí
si es el último beso en el algar…
La mirada de fuego y de cristal
de la niña morena cendalí
suplicaba pasión a su marcial,
piel de aceituna, perlas de faquí.
Me conmovió el embrujo andalusí;
me invadió la fragancia de azahar;
el instante de amor que presentí
predominaba en todo el almilar.
Con mi secreto y mi complicidad
me quise en la muralla confundir
aspirando el aroma de beldad
de la ciudad, junto al Guadalquivir.
pbernal
algo de ti
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Perversificaciones
80
Las vi cuando cegué. Del ojo apenas,
tentación del verano que, en su idioma,
le dictaba a mi lengua -punto y coma-
sus frutas no tangibles ni terrenas.
Dentro del iris -¿para siempre ajenas?-,
del nido huyendo su redondo aroma,
volaba entre el escote una paloma
de pico bruno y de plumón de almenas.
Una, o dos -¿eran dos, o fueron nada?-,
la duda aún le pregunta a la mirada
si vio lo que allí vio, si se equivoca.
Pues, si no ciertas, las inventaría.
Y ahí -¿dónde no existen?- te pondría
el fuego de otro amor y de otra boca.
Ángel García López
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jueves, 9 de julio de 2009
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